jueves, 2 de octubre de 2008

DE ANIMA (Recordatori de teoria... ... per Aristòtil



No hi ha ànima ni dins ni fora del cos. L'ànima no és més que la possibilitat realitzada d'actuar que té un cos viu. L'ànima és per tantfunció interactiva, doncs la potència no es manifesta mes que com acte enfront d'altres cossos.

lunes, 22 de septiembre de 2008

EL MITO DEL GUERRERO. UNA METAFORA A PRUEBA DE CREENCIAS DESADAPTATIVAS

En 1953 Edmund Hillary logró algo único e irrepetible, ser el primer hombre en hollar la cima del Everest, la montaña más alta de la tierra.

En cualquier deporte, como en cualquier actividad humana de rendimiento, el logro de objetivos es el motor principal. Así pues, cuando hablamos de motivación la cuestión aparenta ser tan sencilla como considerar la finalidad para la cual se hacen las cosas.

Así mismo, en el ámbito del alpinismo el logro de objetivos vas más allá del hecho de conseguir un record mundial, ganar una liga o incluso una medalla olímpica. Para Hillary y su equipo, que conocemos en la figura del sherpa Tiensing Norgay, la conquista del Everest suponía lograr algo que nadie podría superar jamás: Ser los primeros de la historia.

Habrían más alpinistas, cambiarían las técnicas, pero ya nadie podría ser el primero; y por descontado habrían más cimas, pero ninguna se elevaría a más altura sobre el nivel del mar.

Algún tiempo después de la gesta, Hillary recordaba en su libro “View from the summit” (Desde la cima), que ya en la cima del Everest, probablemente intentando absorver la belleza de un paisaje único en la tierra, quedó fugazmente absorto por el Makalu, así como por el deseo de ascender por sus paredes.

El Makalu, una de las montañas más altas del planeta a pocos kilómetros del Everest, no podía parecer más que un enano de 8.463 metros de altura. ¿Qué sentido podía tener como objetivo visto desde los 8.850 metros del Everest acabados de conquistar?.

Más adelante Hillary reflexionó sobre el contrasentido de haber experimentado el reto de ascender al Makalu, en el preciso instante en que, como escalador, había logrado lo que podríamos denominar como el record de los records. Concluyó algo que los alpinistas suelen decir, pero no siempre es entendido por los demás: Lo que mueve a un alpinista en su actividad no es el logro de la cima, sino el reto de ascender hasta allí. Al fin y al cabo, la cima no es más que el punto geográfico a partir del cual no es físicamente seguir ascendiendo sin descender primero.

Entonces, ¿quiere decir esto que Hillary no deseaba realmente conquistar el Everest?; y  si así fuera, ¿cual era pues la motivación del alpinista?. Echemos ahora una ojeada a un lugar mucho más cercano en la historia y el mapa: Nosotros mismos. ¿En qué medida somos diferentes de Hillary?. ¿Qué nos hace diferentes?. ¿Quizás es el hecho que nosotros, aún logrado nuestros objetivos, no tengamos un reconocimiento mundial de esta talla?. ¿Quizás es el hecho que, para lograr nuestros objetivos, no ponemos en peligro nuestra integridad física?. Tal vez nuestras actividades profesionales son menos dadas a la épica y a la literatura de aventuras, pero quiere esto decir que nos motivamos de manera distinta como lo hace un alpinista?. ¿Cual es la esencia de nuestra motivación, el logro o la acción?, ¿correr o llegar?.

Quizás a algunos estos planteamientos les parezcan poco realistas, carentes de operatividad o incluso dudosamente productivos. Me parece estar oiéndolos quejarse con argumentos como: “lo que cuenta son los resultados”, “la gente sólo valoran las medallas”, “los sponsors reclaman éxitos”, “en el mercado lo importante es la facturación y el beneficio”, etc…

De entre todos estos defensores del pragmatismo mal entendido, me gustaría citar a uno, que gracias a su fama, considero que resulto especialmente dañino para el pensamiento en el mundo del deporte; y que lamentablemente tuvo una resonancia considerable en el mundo de la gestión empresarial. Se trata del prestigioso entrenador de futbol americano Vince Lombardi (1913 - 1970), quien acuño la famosa y desafortunada frase: “Ganar no es lo más importante, es lo único”.

He aquí una de las más claras formulaciones explícitas de aquello que denominariamos una creencia desadaptativa para el rendimiento. Representa caer en la trampa de las palabras que nos hacen confundir necesidades, deseos y objetivos; dejando la “motivación” definitivamente en el limbo de los conceptos confusos que todo el mundo cree entender, cuando en realidad cada cual le asigna un significado diferente.

La frase implacable de Lombardi es muy propia de un sistema de creencias presidio por máximas como “¡querer es poder!”. En el mundo del deporte, poner en duda este tipo de dogmas, supone hacerse sospechoso y acreedor de etiquetas como “perdedor”, “derrotista” o “mal motivado”. No obstante, ¡nadie gana siempre!. De manera que, cuando el mismo Lombardi perdía partidos, lo que obtenía a cambio, si le aplicamos su propia máxima es: ¡Nada!.

Lombardi ganó cinco veces la National Football League de Estados Unidos en nueve años como entrenador al máximo nivel entre 1959 y 1967. Encomiable, sin duda, pero para una persona que manifestaba este talante eso supone un 44% de “fracaso absoluto”. ¿Quiere esto decir que, cuando Lombardi perdía, era incapaz de sacar nada de la derrota?. Eso cabría pensar si tenemos en cuenta que “… ganar es lo único”. ¿Significa esto que los equipos de Lombardi no eran capaces de aprender de sus errores?.

Si esto fuera literalmente cierto, quería decir que Lombardi consiguió sus éxitos sólo porque disponía en todo momento de mejores recursos que sus rivales. En tal caso no digo que conseguir esos recursos no fuera un mérito deportivo como entrenador. Bueno, no me he estudiado tan a fondo la trayectoria deportiva de Lombardi, pero sospecho que no fue siemore así. Nadie dispone implacablemente siempre de los mejores recursos de manera indiscutible. Así que cabe suponer que Lombardi mantenía su motivación y la de sus equipos con alguna cosa más que el deseo de victoria. Cabe pensar que incluso a él y a sus jugadores les gustara un poco “jugar” al futbol americano.

¿Para que negar la realidad que nos dice que ganar o perder es siempre posible?. ¿Por que negarse a aceptar de manera natural la derrota como una posibilidad?. Pues por que la filosofía Lombardi sostiene que: ¡Contemplar la derrota equivale a no estar lo bastante comprometido para intentar lograr la victoria!. Una falsedad que actua como una creencia altamente desadaptativa en lo más íntimo de nuestro pensamiento, seamos deportistas o no. En esta misma linea de pensamiento se dicen cosas como: “Perder no es una opción”, o “sólo los fracasados los intentan, lo ganadores lo hacen” por citar sólo un par de estupideces al uso. De hecho las personas que sostienen este tipo de máximas serían capaces de acusar a Hillary de no haber estado lo bastante motivado para lograr sus resultados. Pero no lo hacen por el simple hecho que Hillary si logro sus resultados.

Construimos nuestra bonita constelación de creencias: “tengo que ganar”, “no puedo perder”, “merezco lograrlo”, “me corresponde la victoria”, “es justo que lo consiga”, etc… con la única misión de proteger nuestro ego amenazado ante la situación de tener que afrontar un reto. Y ¿qué mejor sistema para narcotizarnos y conjurar el miedo que evitando la cruda realidad mediante nuestro sistema de creencias irracionales?. Lo que sea necesario, antes que aceptar la realidad que nos dice cosas muy simples como: “No importa lo mucho que hayas trabajado, los muchos medios de que dispongas, lo mucho que creas merecer la victoria, lo mucho que lo necesites o a quien se lo hayas prometido, ahora puede que lo consigas o puede que no; ¡eso es todo!”. La certeza sobre el futuro no existe. En un sentido general, “todo es posible y nada es seguro”.

Muchos practican efusivamente con sus sistema de “creencias protectoras del miedo y evitadoras de la realidad”, pero al final la realidad les dará caza. Quizás a unos la realidad les atrapará en el último entrenamiento, cuando no sean capaces de conseguir las sensaciones que desearían para sentirse “seguros” de afrontar el reto con éxito. A otros la realidad les alcanzará calentando al lado de la pista o la cancha, cuando viendo a sus rivales comprendan al fin que, no importa lo mucho que hayan entrenado, porque los rivales no les daran ninguna ventaja. Incluso habrá a quien la realidad, tanto tiempo negada, le alcance la noche anterior impidiéndole dormir, por que muy a pesar suyo, no es tan tonto como para autoengañarse eternamente repitiendose mentalmente patrañas como “tengo que hacerlo”, “todo irá bien”. A todos ellos, tarde o temprano la vocecita de su razón que no calla, les convencerá que las “seguridades” y las “garantías” no existen; y que cualquier cosa puede suceder.

A todas estas personas, si les preguntamos calmadamente, sobre si creen en la existencia de la posibilidad real de fallar; normalmente asienten y dicen que entienden que fallar o perder cabe perfectamente dentro de lo posible. Es algo lógico y racional, es más, han constatado empíricamente que algunas veces sucede. De hecho sucede bastantes veces, ya que de no ser así ganarían siempre los mismos y consecuentemente el deporte no existiría hace tiempo.

Es entonces cuando admiten que esas creencias irracionales se manifiestan en pensamientos automáticos, que son verbalizados con total impunidad como “… ¡no puedo perder!, ¡debo ganar como sea!”. Sin embargo esas formas exageradas de hablar no son inocentes, porque revelan los esfuerzos que realizan por negar la realidad, puesto que no conseguir los objetivos es un posibilidad real. Algo que quizás ya “sabían”, pero no “creían”.

Su razón les informa que someterse a una situación de rendimiento, es decir afrontar un reto, conlleva un riesgo real de no lograrlo. Y todos los pensamientos protectores que nos fabricamos no son sustitutivos de: Hacer lo necesario, en el momento oportuno, en el lugar indicado, ante el rival designado, para lograr el objetivo establecido. Eso es el rendimiento, la acción misma.

Cuando la conducta está guiada por esas creencias desadaptativas que nos ayudan a ignorar una realidad; entonces la psicologia ya hace tiempo que ha descrito como nuestras emociones se resienten: Miedo, ansiedad, temor,…  Y como los síntomas de todo tipo, también físicos, se pierden en el ciclo de los desencadenantes y consecuentes que acaban afectando los rendimientos. ¿Me puse nervioso y perdí la coordinación?; o ¿quizás estaba tan tenso que no logre darme cuenta de algo muy sutil y fallé,…?. ¡Qué más da!.

La eficacia destructora para el rendimiento de este tipo de creencias desadaptativas, se basa en que aparentan ser “vagamente racionales”; y en que, aún pudiendo actuar de manera inconsciente, suelen ser tan conscientes como para que las profiramos con total naturalidad y obtengamos además la mayor aprobación social. Afirmar ante los demás que “¡no puedo fallar!”, da una apariencia de determinación, de convicción, de seguridad y a la postre, de deportista motivado.

Ningún deportista mentalmente sano afirmaría creer que unos hombrecillos verdes se apoderarán de él y le impedirán rendir lo necesario. Si un deportista creiera algo así su miedo estaria justificado, aunque si lo afirmara en público no recibiría ninguna buena reacción de los demás. Eso sería una creencia totalmente irracional. En cambio creer que “no puedo fallar”, tiene una apariencia tan lógica y plausible, que hará que todos los demás asintamos pensando: “Desde luego, con todo lo que está en juego y lo mucho que se ha preparado para este momento, no puede fallar…”. Los demás, como el propio deportista, pensamos que tiene razón, que “no puede fallar”. Pero eso es rigurosamente falso, ¡puede fallar!.

Es curioso como nuestras creencias, nuestro esquemas fijos de pensamiento, tienen el poder de hacermos actuar contrariando incluso los paradigmas más elementales del aprendizaje. No lo dudeis, si tuviéramos a un grupo de personas encerradas en una habitación que “creieran firmemente” que la forma de salir de la habitación es por la ventana, os aseguro que reforzar los cristales y dejar las puertas abiertas, no haría que salieran por la puerta. Esto es algo que tal vez aprenderían ratoncillos deprivados de comida, carentes de creencias y a prioris, sobre lo que son puertas o ventanas; e indudablemente motivados por el olor del queso provinente del exterior. Las personas en cambio, si estuvieran firmemente convencidas de que deben salir por la ventana, no dudarían en utilizar su inteligencia superior para el manejo de instrumentos, de manera que haciendo un uso eficaz de las sillas conseguirían romper los cristales para conseguir sus objetivos. ¡Salir por la ventana!.

Este ejemplo, entre cómico y teatral, no es más que la caricatura de lo que a  veces ha acontecido, cuando personas adoctrinadas con ciertas creencias, han inflingido genocidios desde la seguridad que les proporcionaba la creencia de que estaban haciendo lo correcto. Ya desde los años 50 del siglo veinte los psicólogos sociales han estudiado bien como en algunos casos, los sistemas de creencias (con base irracional pero cohesionados por la razón) les permitían a los verdugos ignorar cognitivamente la realidad que les envolvia, es decir el horror y el dolor.

En cambio, no se tiene noticia que ninguna especie animal, ¡no racional claro!, haya dirigido jamás una operación de exterminio contra otra especie animal. Como mucho algunos miembros de una especie se han zampado a unos cuantos individuos de otra especie, pero su conducta la dirigía el hambre, no una creencia. Los animales jamás ignoran la realidad, y obviamente desconocen el autoengaño. No juegan de farol con los demás y no juegan de farol consigo mismos.

Para los deportistas y para todos nosotros en general, frecuentemente el objetivo es sentir la seguridad, evitar la ansiedad o el miedo a toda costa. Las creencias que hemos construido que sirven a estos fines son diversas. Casi todas las hemos adquirido mediante el aprendizaje social propio de nuesto marco cultural, ya sea de tipo general, familiar o específico de un entorno, por ejemplo deportivo o laboral. Nuestras creencias dirigidas a buscar seguridad, son normalmente reforzadas por la sociedad en que nos desenvolvemos. Por esto es muy raro oir a un deportista de alto nivel admitir públicamente la posibilidad de no lograr sus objetivos. A veces lo mencionan, como quien levanta levemente la alfombra descubriendo la porquería que se acumula debajo. Pero rápidamente, la alfombra se vuelve a colocar en su sitio y sus declaraciones son compensadas con otras expresiones destinadas a dar una imagen de seguridad en la consecución del éxito.

No me imagino ni a un futbolista convencional ante las camaras, ni a un ejecutivo ante el consejo de administración de una corporación, admitiendo sin más que, aunque harán lo que podrán, quizás no logren los objetivos. ¡Eso de andar diciendo la pura verdad de esa manera, esta muy feo!. Imaginaros lo que podrían pensar los seguidores del equipo, los sponsors del club o los accionistas de la corporación.

Admitir la realidad sin tapujos y delante de todo el mundo, parece como si estuviera sólo al alcance de muy pocos, a quienes no sólo su prestigio, si no su inteligencia se lo permite. Carl Lewis, atleta, nueve veces oro olímpico entre 1984 y 1996 dijo a principio de los 90: “Tengo confianza por que se que puedo derrotar a cualquiera. Esto no quiere decir que vaya a hacerlo. Sin duda perderé algunas carreras. Ya me ha pasado y me volverá a pasar, pero tengo confianza por que si doy lo mejor de mi mismo puedo derrotar a cualquiera”.

Las creencias destinadas a proteger nuestro ego, sólo se pueden desmontar si somos capaces de reconocer que nuestro sistema de pensamiento está destinado primordialmente a defendernos de los demás. Sin embargo, este cambio no puede ser inducido desde la razón y la cognición, por que estos pensamientos o creencias son “nuestros”. Mientras que las altenativas que se proponen a estas creencias, mediante estrategias más o menos sugestivas, no lo son. Las propuestas para pensar bajo otros esquemas pueden ser atractivas, razonables y hasta tentadoras, pero nos las proponen otros, tal vez un entrenador, un asesor o un terapeuta. El ego construye así su blindaje. Así por ejemplo, sabemos que admitir la posibilidad de ser derrotado sólo implica una visión altamente realista de los hechos; sabemos que el hecho de admitirlo no supone que deseemos ser derrotados y ni mucho menos que eso vaya a suceder. Però creemos, irracionalmente, que si lo admitimos es más probable que seamos derrotados. La creencia gana porque està inextricablemente asociada a la emoción; y pensar en la sola posibilidad de ser derrotados no nos causa buenas sensaciones.

Giorgio Nardone es el director del Centro di Terapia Strategica de Arezzo, en Italia, y uno de los autores más reconocidos como impulsor de la Terapia Breve Estratégica y la Resolución Estratégica de Problemas. En uno de sus libros dice: “En terapia es importante que el paciente sienta que algo tiene que cambiar, más que meramente comprenderlo. Necesitamos cambiar la percepción de algo y no la cognición, por que si cambiamos la percepción, cambiamos la reacción emotiva, entonces cambiamos la reacción conductual y como efecto final, cambiaremos la cognición”. (Nardone et al., 2006 –pp.68-)[1]

En definitiva, sólo cuando el deportista se dice a sí mismo que, admitir la posibilidad de perder no equivale a querer perder, es cuando se puede producir la aceptación delriesgo inherente a toda situación de rendimiento. No importa cuantos años de dedicación lleve, cuantas horas haya entrenado o con que sofisticados medios cuente; no importa lo mucho que, a su modo de ver las cosas, merezca ganar… ¡siempre se puede perder!.

Por ello decimos a los deportistas que, ”¡no nos importa aquello que es posible!”; por que posible es todo; y por lo tanto este concepto no nos sirve para construir nuestra confianza. Démonos cuenta cuan diferente es la intención del slogan de la marca Adidas: “Impossible is nothing”. En este caso se pretende cláramente inducir la creencia de que “querer es poder”, siempre que vayas calzado con zapatillas de esa marca, por supuesto.

En cambio nuestra propuesta es que “lo que es posible” no es un elemento útil para trabajar, no es práctico. A nosotros lo que nos interesa es el concepto de lo que es “probable”. Lo que es probable conseguir es un concepto que se vincula directamente a la idea de objetivos realistas. Aceptamos que todo es posible, aceptamos el riesgo de perder, para, acto seguido, dedicarnos a luchar por aquello que consideramos que es probable.

Esto supone establecer un vínculo entre:

  1. Las creencias que el individuo sostiene, normalmente enraizadas en todo un sistema de valores.
  2. Los objetivos que se establece. Y finalmente…
  3. Los aspectos más concretos del afrontamiento situacional, como la focalización de la atención, tanto preparando la acción como en el transcurso de la misma.

Esta idea de globalidad, o si se prefiere “modelo transversal”, respecto a la excelencia psicológica hilvana la llamémosle “personalidad”, la forma de ser, con la motivación y con el control psicológico en el instante del rendimiento.

 

¡LLEGA “EL GUERRERO”!

Esta idea de globalidad o transversalidad en la excelencia psicológica es realmente dificil de transmitir; especialmente cuando el paciente o deportista está ávido de soluciones de tipo instrumental para poner freno a una determinada situación de malestar.

Por ello, el psicólogo que, ante este tipo de handicaps a nivel las creencias desadaptativas, se dedique a proveer recursos instrumentales para facilitar el afrontamiento; verá como sus esfuerzos para que el deportista adquiera recursos convencionales de control mental (relajación, visualización, establecimiento de rutinas y pautas,…) se estrellan contra el mecanismo de resistencia tejido por las creencias del propio deportista. La afectación de esto no la discutiremos aquí, aunque probablemente se vará deteriorada la adherencia terapèutica y el cumplimiento. Además, incluso es probable que el psicólogo vea como el deportista tiende a transferirle la responsabilidad del cambio.

En la Terapia Breve Estratégica la utilización de metáforas es esencial. Las preguntas más o menos inquisidoras y las paráfrasis destinadas a reestructurar el pensamiento del paciente dan paso a una oportunidad para que el paciente pueda verse desde fuera. Esta es la función didáctica de la metáfora.

En el ámbito del rendimiento deportivo exite un lugar común, un clásico, de las metáforas que engloba los aspectos vistos hasta aquí: “El guerrero pacífico”.

El guerrero pacífico es una imagen basada en el libro de Dan Millman[2], un volumen de autoayuda, que no hubiera llamado excesivamente la atención, si no fuera por que en el año 2006 se hizo una película basado en el mismo. Protagonizada por el actor Nick Nolte, que interpretaba el papel de un viejo “maestro de la vida” llamado “Socrates” (probablemente un peaje de Holliwood para acercar el personaje al público).

El libro de Millman obviamente no es resolutivo, ni realiza aportaciones sistemáticas a aquellas personas que esperen desencadenar un cambio apartir de una simple lectura. Un libro de estas características normalmente tiene unos fundamentos eclécticos que tienden a confundir al lector, en la medida que éste no es capaz de ordenar los fenómenos sobre un hilo conductor que los hilvane. Por ejemplo, los pensamientos, la motivación, la concentración y otros conceptos, como el ego o la autoestima, son aludidos constantemente de manera directa o indirecta.

Sin embargo, en manos de un profesional conocedor de los distintos modelos teóricos, el eclecticismo de la metáfora del guerrero permite ser didáctico con el paciente y ayudarlo a relacionar de una manera coherente y práctica todos estos conceptos.

Al parecer, Millman se inspiró en los escritos de otro autor, extravagante y tal vez oscuro, que tuvo bastante éxito editorial en las décadas de los 60 y 70 del Siglo XX: Carlos Castaneda. Castaneda era un autor extraño, supuestamente estudiante de antropología que había experimentado con el uso de alucinógenos y que afirmaba tener conocimientos de chamanismo. En su libro “Las enseñanzas de Don Juan” representa que un viejo indio de la zona de Arizona o de Sonora, le transmite en primera persona, en una serie de conversaciones, conocimientos sobre los chamanes indios. La existencia real de este personaje es una de las incognitas que el mismo Castaneda se encargaba de alimentar. En definitiva, toda una ambientación literaria que deja claro que, la aportación de la metáfora del guerrero, sólo puede ser estratégica y didáctica, en ningún caso científica. Una creación literaria inspirada en algunos aspectos de la mística de ciertas tribus indias; y al parecer en ciertas ideas del código de conducta samurai. Todo ello bastante pintoresco y, al fin y al cabo, bastante cargado de pretensiones reveladoras sobre el desarrollo personal y la liberación necesaria de las actitudes rígidas derivadas de las imposiciones sociales. Una presentación, por cierto, muy en la onda de la psicodelia asociada a la vanguardia cultural de mediados del Siglo XX.

No obstante, la metáfora del guerrero ha dado lugar a algunas obras secuela, de tipo divulgativo y autoayuda, las cuales se han centrado en expresar la aplicabilidad de “el guerrero” en ámbitos más concretos, como el deporte; mediante un lenguaje más directo y efectivo.

Este es el caso del libro escrito por Arno Ilgner[3], un instructor de escalada y geólogo. Veamos solamente algunos fragmentos para constatar como vincula, con lenguaje fácil, aspectos que, desde la psicología cognitiva de corte académico y científico, pocos autores se atreverían a relacionar. Por supuesto que los autores de corte académico – científico estarían más preocupados por presentar las cosas desde la óptica de un modelo teórico integrador y suficientemente válido, apoyado en evidencias. A Ilgner está claro que eso no le preocupa, cuando, como quien no quiere la cosa, dice:

“Si no eres consciente de como piensas y de donde provienen tus motivaciones tendrás poco poder para cambiar”.


Aquí relaciona las creencias, la motivación y la toma de conciencia como principio activo del cambio.

La autoobservación y la toma de conciencia es la primera fase de muchas técnicas paquete cognitivas dirigidas a la detección de pensamientos automáticos distorsionados.

“En la fase de tomar conciencia la tarea principal consiste simplemente en darse cuenta de los pensamientos limitantes que existen y explorar su “como” y su “por que””.

Por otro lado, pone en relación el esquema del pensamiento con la dependencia del ego o de la autoestima; y lo identifica como nocivo para un proceso atencional efectivo en el transcurso de la acción. Además afirma que esta pérdida de eficacia en el proceso atencional se da mediante la autocharla (self-talk). En especial cuando el diálogo interno no cesa de recodarnos, qué es lo que queremos lograr; y no nos permite centrarnos en los estímulos relevantes para la acción inmediata.

“Identificarás formas diferentes de despilfarrar concentración y poder personal; incluyendo los desagües de poder que canalizan la atención hacia el ego y la autoestima; y las fugas de poder que malgastan la atención mediante el diálogo interior negativo o mediante un comportamiento de anhelo”.

“La plena atención y la espontaneidad son las claves para obtener poder, y el primer paso para obtener estas cualidades es iluminar la penumbra de nuestro inconsciente. Un componente importante de nuestro inconsciente es nuestro sistema de motivaciones y creencias”.

Obvia decir que el significado que Ilgner otorga al término “poder” está completamente alejado del ejercicio del poder sobre los demás, sino que se refiere a las propias capacidad de escoger con plena conciencia y actuar de manera coherente con nuestra elección. Podriamos aquí, asimilar “poder” a “autoestima”.

Ilgner incluso traza una linea directa desde las creencias hasta la atención impecable, pasando por las motivaciones, que nos recuerda a los modelos del “flow”[4]. Parece evidente que aunque no es psicólogo, no parece estar mal documentado sobre la esencia de los fenómenos psicológicos que afectan a los deportistas en el momento de la acción.

La aportación práctica de la metáfora del “guerrero” es que permite al deportista entender que sus limitaciones respecto a su ajuste emocional o a su control atencional, frecuentemente no son debidas a una simple falta de conocimiento, ni a una falta de disponibilidad operativa de recursos, en la linea del denominado “mental training”.

La metafora acerca al deportista a entender que:

  1. Sus creencias actuan de forma paralela a su conocimiento, llevándolo a desenfocar sus objetivos, obviando la aplicación, la ejecución o la acción deportiva, para dar énfasis únicamente al resultado o al producto de la acción. O como expresa claramente el personaje en la película, “conocimiento no equivale a sabiduría”. Saber hacer algo no supone llevarlo a cabo. Ser capaz de realizarlo es una cuestión de sabiduría. Esta capacidad está limitada por nuestras creencias y esquemas de pensamiento, no importa cuanto conocimiento en forma de adiestramiento hayamos recibido.
  2. El ego se nutre de los resultados por lo que hace plantearnos el rendimiento de una manera reducida y simple, como logros o fracasos. No obstante, la acción, aún que es un fenómeno observable, en realidad es un proceso íntimo que depende completamente de nosotros mismos. Ese proceso pasa en primer lugar por asumir de manera personal el riesgo de fallar (“todo es posible, nada es seguro”), por la toma personal de decisiones y por la asunción de la responsabilidad sobre las consecuencias que se deriven para el rendimiento (“lograr o fallar”).
  3. Cuando buscamos alimentar nuestra autoestima, mediante el logro de resultados, ponemos nuestra autoestima en dependencia, no de aspectos ligados a nuestro control (“acción”) si no de aspectos que estan fuera de nuestro control personal (“lograr o fallar”). Y con ello alimentamos la voracidad de nuestro ego, una máquina de comparación social. La consecuencia última de este planteamiento son las alteraciones en el transcurso de la acción, que son etiquetadas y atribuidas a “fenómenos psicológicos” (ansiedad, desconcentración…) como si fuera simples desencadenantes puntuales del desajuste.

Evidentemente existen modelos teóricos suficientemente serios y rigurosos, que inciden en los procesos cognitivos de evaluación de las situaciones, como determinantes de la respuesta de afrontamiento de los individuos. Sin ir más lejos Lazarus[5] establece lo que denomina explícitamente “evaluación primaria” como proceso cognitivo directamente influido por las creencias y los compromisos del individuo.

Pero ninguo de estos modelos ilustra de forma global y asequible el proceso “completo”, desde la perspeciva histórica de la adquisición de creencias en el individuo, hasta la perspectiva situacional de la acción misma.

En otras palabras, si se pretende que el deportista o el paciente asuma como interactuan los tres pilares de su funcionamiento psicológico, en palabras nada técnicas: Personalidad o manera de ser, motivación y afrontamiento; entonces será necesaria una metáfora potente, a ser posible en forma de “cuento” lo bastante convincente. El “guerrero pacífico” podría hacer este papel.

Un tirador de precisión con un dominio elevado de la técnica del tiro, con extenso conocimiento y práctica de rutinas para el control de su atención, con experiencia en la aplicación de técnicas convencionales y adaptadas de relajación, aún así, es incapaz de prescindir de ciertos pensamientos interferidores que afectan a su rendimiento en competición. ¿Por qué?.

Una atleta no puede dejar de sentir la amenaza de fallar en el logro de sus objetivos, ni de experimentar la ansiedad que se deriva; todo ello a pesar de que conoce y admite que la próxima competición no supone ningún nivel de demanda objetiva. ¿Por qué está tan nerviosa, si ella misma reconoce que la competición és objetivamente poco importante?.

Un piloto profesional de primera linea, ganador de un Campeonato del Mundo, es incapaz de comprometerse en la medida necesaria para preparar la siguiente temporada. Evidentemente “tiene conocimiento” de la importancia de hacerlo, de que su vida deportiva aún puede ser larga, de que ese es su medio de vida,… ¿Por qué se siente desmotivado estando en la “cresta de la ola”?.

 

APLICANDO LA METAFORA

Cuando nos comprometemos a lograr los objetivos, creemos hacerlo por el bien de nuestra autoestima. Conseguir cosas es algo que nos hace sentir bien. Sin embargo, esto sólo es en apariencia, ya que en realidad todo el sistema de pensamiento tabaja para mayor gloria de nuestro ego. El ego, en la metáfora del guerrero, es un agente oculto que nos manipula y engaña. Nos habla con un lenguaje seductor, nos dice por ejemplo,  que es necesario tener razón, demostrar la razón, ser superior o eludir la culpa…”; porque todo ello alivia los sentimientos desagradables. Si fracaso en el logro de los objetivos, ¡es preciso “no tener la culpa” para que el ego quede salvaguardado!. Cuando lo logramos y tenemos éxito el ego se apunta al carro de las felicitaciones y la eufòria. Però cuando fallamos el ego nos abandona: Nos dice que no contábamos con el mejor material, que las condiciones eran adversas o que el sorteo del cuadro de competición no era justo…; más aún nos dice que no podiamos hacer nada para evitar la derrota por que estábamos lesionados o por que los compañeros del equipo no nos han apoyado en las jugadas clave. El ego intenta evitar a toda costa que nos sintamos mal.

Pero, aunque el ego se zafa de la culpa, curiosamente ninguna de estas excusas sirve para mejorar nuestro estado anímico por haber fallado en el logro de los objetivos. Toda esta “cháchara” de atribución externa acostumbra a tener una base real y objetiva, pero en lo más íntimo de nosotros no nos permite autoengañarnos; por que el ego es el que nos dice que ganar, no es ya lo más importante, si no lo único. ¿Os suena?.

Cuando fallamos en el logro de los objetivos las felicitaciones, el reconocimiento i los reforzadores que provienen de los “demás” ja no estan ahí. En ese momento si nuestra autoestima depende completamente del ego, ¿qué nos queda?.

Sin embargo si nuestra autoestima está convenientemente aislada de nuestro ego, esto hace que no dependa directamente del resultado de nuestras acciones.

El ego tiene un estilo muy traidor. Frecuentemente vemos en los medios de comuicación que, después de perder algunas competiciones, algunos deportistas intentan el sutil engaño dicendo “¡… no me quiero obsesionar con los resultados, quiero salir a divertirme y disfrutar la carrera…!”. Es mentira, lo que en realidad quieren es ganar, ¡como es muy lógico!. Y será el propio ego el que les recordará que estos argumentos quizás valgan para la prensa, pero no para sí mismos. Aún más, el ego, en una exhibición de retorcimiento “les dice en voz baja”, que si dicen cosas como estan en público o a la prensa, en realidad es por que tienen miedo. El ego entonces se convierte en el más grave acusador; como si se tratara de una mala novela del oeste americano, te dice que… “eres un cobarde”, por no admitir la realidad.

La metáfora del guerrero, tiene un cierto giro cómico si pensamos que presenta al ego, como si no fuera parte de nosotros. Como si fuera un ente malvado al que hay que combatir. Sin embargo, el ego, somos también nosotros. Tal como reza la publicidad de la película “El guerrero pacífico”,… “Las verdaderas batallas se libran en el interior”.

La metáfora dice que “superior”, “inferior”, “ganar”, “perder”, “éxito”, “fracaso”,… son parte del lenguaje específico del ego. Cuando hablamos o pensamos (hablando con nosotros mismos) en estos términos deberíamos tomar conciencia que el lenguaje es una de las trampas preferidas del ego.

El lenguaje constituye una trampa dada la variedad de significados y matices que damos a las palabras. Hacernos conscientes de como hablamos equivale a hacernos conscientes de como pensamos, de manera que pronto descubriremos las barbaridades que somos capaces de decirnos a nosotros mismos; barbaridades que no toleraríamos a los demás. Veamos un ejemplo: “… ¡con este no puedo perder!”. ¿Qué diantre significa esto?. Ya hemos dicho que todo el mundo puede perder con todo el mundo. Algunas veces este tipo de cosas se dicen antes de un partido ante un rival pretendidamente más débil que nosotros. Un rival que el ego nos dice que “es inferior”. Así pues, la frase expresa un prejuicio que nos predispone a experimentar la amenaza y el estrés. Por que la estructura profunda de la frase en realidad no está diciendo: “…¡con este no puedo perder, por que perder contra un rival más débil es vergonzoso o supone hacer el ridículo!”; o “…¡con este no puedo perder porque soy superior ya que le he ganado otras veces, y además entreno mucho más que él!...”  Estas son las frases reales y quien las pronuncia en nuestro interior no es ningún defensor de nuestra autoestima, sino nuestro ego.

Lo mejor de este ejemplo es que en otras ocasiones, la frase “con este no puedo perder”, la pronunciamos justo después de haber perdido contra ese rival pretendidamente inferior. Es como si utilizáramos un tiempo verbal erróneo o una especie de “presente histórico”, por que en estos casos, afirmar eso, no es sino una flagrante negación de la realidad más patente. O por expresarlo más directamente, no digas que con ese no puedes perder, por que acabas de perder justo ahora. Algunas veces se puede ver a algún joven tenista, que habiendo perdido ante un rival a priori más débil que él, es increpado por su entrenador defraudado en estos mismos términos. Dejando ahora de lado que esta conducta no ayuda en nada al deportista, lo verdaderamente grave no es ya que algo así se lo diga su propio entrenador, si no el hecho que es el propio deportista quien se lo dice a sí mismo y así lo cree. Esto es aún más grave por que es el ego el que nos impele a una irracionalidad, negando la posibilidad que suceda lo que ya ha sucedido; y además nos exige ser coherentes con esa irracionalidad. Observemos:

Con este deportista no puedo perder, por que en teoría es “inferior” a mi.

Acabo de perder con este deportista, a pesar de lo cual aún mantengo que es inferior a mi.

Por lo tanto, la única conclusión posible es, que lo que ha sucedido (si no lo he soñado) es por que yo soy muy “malo” y en consecuencia “inferior” a mi rival.

Como puede verse el razonamiento se basa en el hecho de que la etiqueta ”inferior” o ”superior” determina lo que puede o no puede suceder, con independencia de la realidad; y no deja escapatoria para la autoestima. O eres “superior” y tu ego triunfa, o eres “inferior” y tu ego te abandona dejando maltrecha tu autoestima.

En cambio “… el guerrero sabe que aunque gane, esto no le hace superior a sus oponentes”. En realidad el ganador de una competición siempre merece haber ganado, por que es el que empíricamente ha demostrado haber hecho todo lo necesario para ganar; y nadie merece ganar una competición a prori o, como suele decirse “en teoría”, más que otro.

El guerrero utiliza otro lenguaje que le permite preservar su autoestima con independencia del ego. Es decir su autoestima no depende del producto de sus acciones, si no de sus acciones mismas; por ello utiliza palabras como: “aprendizaje”, “reto”, “mejora”, “acción”, “intento”, “riesgo”, “decisión”, “lucha”, “ejecución”,… y también “acierto” y “error”.

Ser un guerrero implica que el deportista descubre que no necesita más horas de trabajo, ni más complejidad en el trabajo, ni tan sólo más horas de trabajo psicológico, si no atreverse a ser un guerrero y asumir el riesgo de cometer errores, sin que el ego le haga por ello perder poder de decisión, es decir, su autoestima. Fallar es natural, como natural es no desearlo.

 

 


[1] Nardone, G. i Portelli, C. (2006). Conocer a través del cambio. Barcelona: Herder.

[2] Millman, D. (1998). El guerrero pacífico. Malaga: Ed. Sirio.

[3] Ilgner, A. (2005). Guerreros de la roca. Madrid: Desnivel.

 

[4] Csikszentmihalyi, M y Jackson, S. (2002). Fluir en el deporte. Barcelona: Paidotribo.

[5] Lazarus, R y Folkman, S. (1986). Estrés y procesos cognitivos. Barcelona: Martínez Roca