jueves, 12 de febrero de 2009

"COACHING" Y FILOSOFIA PRACTICA DOS MANERAS FASCINANTES DE HACER PSICOLOGIA SIN SER PSICOLOGO. Dos casos de intrusismo a las claras

Artículo publicado en el apartado de diálogo del Liceu Psicològic, dirigido por Josep Roca.http://www.liceupsicologic.org/

"LA PSICOLOGIA FUENTE INCESANTE DE INSPIRACION PARA AQUELLOS QUE QUIERAN GANARSE LA VIDA CON LAS PREOCUPACIONES DE LOS DEMAS".

El asesor personal tiene un rol profesional que muchas personas de diversa formación aspiran a retener. Sin embargo, la comprensión que estas personas tienen de la psicología, acostumbra a estar sesgada en función de sus intereses, que como tales pueden ser legítimos, pero quedando muy lejos del objeto de estudio de la psicología.

Las pretensiones explicativas, que cualquier ciencia debe tener, respecto a los aspectos funcionales de la realidad que le son propios, quedan en la psicología lamentablemente cada vez más lejos de la aplicación. Así algunas personas creen que la prioridad de aplicación de la psicología es exclusivamente la resolución de problemas.

De este modo, estas personas pueden asignarse un terreno de intervención alejado del "problem solving", mientras practican un triple juego poco limpio con la psicología:

  1.  Por un lado utilizan toda clase de elementos del conocimiento que son  propios de la psicología.
  2.  Por otro lado niegan estar haciendo psicología aplicada.
  3. Finalmente, pretenden restringir el papel de intervención de la ciencia psicológica a la casuística patológica y a los procesos implicados en la misma.

El “coaching” i la “filosofía práctica” son un par de ejemplos de pretendidas disciplinas a las que se suscriben una nueva estirpe de consejeros del alma.

 

ENTRENADORES PARA CASI TODO

Desde mi punto de vista la explosión del “coaching” fuera del ámbito deportivo tiene cierta similitud con la expansión que experimentó la psicología del deporte en España, en el transcurso de los años inmediatamente previos a 1992. La proximidad de unos Juegos Olímpicos focalizó muchas inversiones en el deporte. Al mismo tiempo, el propio deporte adquirió, como concepto, un valor, que incluso podríamos considerar exagerado si lo comparamos con la atención social que tradicionalmente había recibido. De hecho, al transcurrir los años, cabe considerar si aquel auge de la psicología del deporte, no fue en realidad más que un aumento en la oferta de psicólogos que pretendían dedicarse al campo del deporte. Siendo justos y rigurosos, los Juegos de Barcelona’92 comportaron la creación de estructuras organizativas a diferentes niveles que, al fin y al cabo permitieron un aumento en la implantación de ciertos profesionales en el ámbito deportivo; y entre estos por supuesto, los psicólogos.

Así mismo muchas de las personas, que en aquel momento vieron la oportunidad de progresar personalmente y profesionalmente en la práctica de la psicología, cayeron en la trampa de pretender dar satisfacción a la demanda del mercado; la cual era entonces como ahora, lograr el éxito deportivo.

Como resulta obvio, el psicólogo en su papel de formador, ya sea como consultor, asesor o entrenador, nunca puede implicarse directamente en el logro de un objetivo de resultado. La razón, también obvia, es que la obtención de un resultado en cualquier ámbito del rendimiento humano depende de una multiplicidad de factores de índole muy distinta, algunos de los cuales el psicólogo no controla o incluso desconoce.

Con el paso del tiempo, las inversiones en el mundo del deporte se retrajeron y la utilidad del psicólogo del deporte empezó a ser considerada con mayor realismo. El psicólogo no era la solución directa a los problemas de falta de rendimiento. Además, muchos profesionales con experiencia, provinentes de otras ramas de la psicología no consiguieron penetrar en el lenguaje y en la forma de entender la realidad de aquellos que son los protagonistas en ese mundo: Los deportistas y los entrenadores.

Hoy en día, como siempre, la psicología como ciencia busca nuevos campos de desarrollo; pero como actividad profesional lo que busca son nuevos mercados hacia donde expandirse. La expansión en dirección al mundo de la empresa no es nueva. Los climas laborales, los procesos de selección de personal y de “head hunting” y, en definitiva, la gestión de los recursos humanos, son tópicos de la psicología aplicada al trabajo y a las organizaciones empresariales.

Aún así, después que los psicólogos accedieran a las empresas como proveedores de servicios de gestión, ha aparecido la tendencia a llegar hasta el nivel personal de los propios empresarios, administradores y cargos con decisión ejecutiva. Ofrecer servicios de asesoramiento psicológico personal sobre este nuevo tipo de público diana reclamaba, por parte de los psicólogos, una operación de marketing adecuada. Una operación que permitiera maquillar la imagen de la psicología de sus estigmas populares en relación a la salud mental.

Para el cliente individual la imagen de la psicología sigue estando vinculada a la psicopatología y a los trastornos mentales de algún tipo. Ir al psicólogo, en general, no es una nota de prestigio social, tal como aparece en algunas películas. Al contrario, ir al psicólogo continua  suponiendo un prejuicio en el sentido de no ser suficientemente capaz de resolver los propios problemas. ¡Sin embargo ir al “coach”, eso ya es otra cosa!.

El “coach” personal es un asesor enfocado hacia la optimización de aspectos relacionados con la productividad y el rendimiento personal, como por ejemplo, la toma de decisiones y el manejo del estrés derivado de las situaciones laborales. Así, acudir a un “coach” no sólo puede ser algo socialmente más aceptable, si no que puede ser muy recomendable; ¡y quien sabe si incluso un gasto justificable con cargo al presupuesto de la empresa destinado a formación!.

En cierto modo, los psicólogos como profesionales hemos dado otro paso. Ahora algunas personas con cierta relevancia social e influencia, por motivo de los cargos que ostentan, ya “reconocen” que tener problemas es algo normal; e incluso lo es el no saber como afrontarlos todos sin ayuda o formación específica. Es la psicología de la normalidad, la cual por cierto, siempre ha existido.

Observemos otro detalle alrededor del estigma “paramédico” o “parapsiquiátrico” de la psicología. ¿Es que acaso el psicoterapeuta clínico no actúa como un coach con sus pacientes?. Que yo sepa, los psicoterapeutas no proporcionan a sus pacientes principios activos para el cambio de sus conductas que estén desvinculados de las decisiones conscientes del propio paciente. ¿Cómo se puede “administrar” un principio activo psicoterapéutico sin contar con la colaboración del paciente?. Los únicos principios activos que se proporcionan a los pacientes psicopatológicos, capaces de operar cambios sin contar con la decisión consciente de los pacientes, son los psicofármacos; y como es bien sabido, los que los proporcionan son los médicos, preferentemente especializados en psiquiatría.

Así puestos, los psicoterapeutas, al fin y al cabo no hacen si no entrenar a sus pacientes en la adquisición o modificación de los recursos, ya sean de tipo evaluativo o de afrontamiento, de las situaciones conflictivas.

Pero volvamos a la empresa. El “coaching” no es más que psicología aplicada a una demanda más o menos estructurada, que no es poco. La esencia, los fundamentos y los paradigmas funcionales que utiliza son los de la psicología; y la apariencia específica de sus procedimientos sólo viene dada por un par de aspectos, los cuales, eso si, son importantes para conseguir la penetración en el mercado, aunque a la postre irrelevantes para su comprensión como disciplina:

·      La adaptación del lenguaje al cliente potencial. Un lenguaje muy nutrido de conceptos provinentes de la economía, el marketing, la publicidad, las relaciones laborales, el derecho, etc…

·      La “pretendida” adaptación de los procedimientos de trabajo y de los niveles de intervención en función de las posibilidades del cliente y el tipo de demanda.

Así mismo, el “coaching” como, digamos “movimiento profesional” ha tenido especial cuidado en no prometer resultados como producto de su intervención, en términos de por ejemplo, productividad empresarial. Un error que, como ya se ha comentado, si cometieron algunos psicólogos del deporte hará unos diecisiete años. El “coaching” vende los beneficios del “crecimiento personal” y por ello propone un modelo de intervención aparentemente no directivo, basado en el diálogo socrático y en el autodescubrimiento inducido por el coach. Es decir, formas de trabajo tan antiguas como el Partenon y mil veces utilizadas por psicólogos dedicados a todos los ámbitos de aplicación de la psicología posibles, desde el deporte a la clínica.

Todo ello ofrece un aspecto bastante curioso, dado el contraste entre la profusión de términos empresariales y de anglicismos asociados al mundo de la economía y la empresa, chocando con mensajes propios de la reestructuración cognitiva de creencias desadaptativas y con metáforas de la lógica estratégica. Es como vender procedimientos de trabajo sin plazos ni objetivos operativos en mitad del huracán de la demanda permanente de resultados del mercado. De hecho, con perdón por la caricatura, me parece estar viendo a Sócrates deambulando con su túnica hecha harapos, asesorando a los inversores de Wall Street.

Lo que yo me pregunto es: Si lo que se está vendiendo en definitiva es psicología, tanto del ámbito educativo como de la salud; ¿por qué no se presenta con la firme intención de “hacer” psicología?. ¿Por qué no se presenta bajo formas de trabajo, que aunque estén más o menos adaptadas al entorno, acontecen de forma clara y directa desde los principios básicos de la psicología?. Quizás así, de paso, podríamos llamar a las cosas por su nombre, o al menos por un nombre que resulte inteligible. Por ejemplo, llamar “objetivos” a los objetivos y “estrés al estrés”, utilizando conceptos amplios y de la comprensión general de casi todo el mundo, como “afrontamiento”, “concentración”, “creencias”, “cohesión de equipo”, etc…

La psicología ha tenido una historia fulgurante, si la comparamos con la mayoría de disciplinas científicas, pero su consolidación como ciencia básica aún no es entendida por muchos sectores científicos. Simplificando enormemente la cuestión, esto es debido a que cada nueva escuela de psicología, casi cada psicólogo, ha pretendido reinventar un nuevo lenguaje adecuado a un nuevo modelo explicativo de la conducta global de los individuos, o al menos de parte de ésta. Por ejemplo, sólo hay que ver como se define diferenciadamente aquello que llamamos “motivación”, “compromiso”, “pulsión”, “drive”, etc… Una lista de casi sinónimos que frecuentemente adquieren un sentido figurado dentro de un modelo explicativo de la realidad. Un fenómeno especialmente propio de las tendencias cognitivas y mentalistas que acaba provocando que la realidad sea sustituida por la metáfora del modelo que pretende explicarla. Una suerte de perversión del lenguaje que nos acaba remitiendo a una comprensión sobrenatural de la realidad; tendiendo a crear más mitos antes que conocimiento científicamente válido.

Claro que, cuando de lo que se trata no es dar lugar a conocimiento científicamente válido, si no dar lugar a productos que se adapten al mercado (cosa que hay que decir que es perfectamente legítima) entonces no hace falta si no inventar conceptos, estructuras y juegos de artificio que nos confieran una apariencia de especificidad, de novedad y de valor añadido al producto. ¿Cómo, si no, se podrían vender con sello de exclusividad obviedades como las siguientes?: …Un equipo es una creación consciente de personas comprometidas con una meta específica…”.

¡Evidentemente que lo es!. Pero quizás deberíamos preguntarnos si esta es la mejor manera de definirlo. ¿Qué significa que es una creación?. ¿No sería, más bien una estructura o una forma básica de organización humana?. ¿Por qué se fundamenta la existencia del equipo en el hecho de que sea consciente?. ¿Pueden diferentes personas actuar como equipo sin tener conciencia de tal equipo?. Quisiera advertir que, aunque la toma de conciencia es un elemento clave entre los principios activos de la intervención psicológica, desde un punto de vista de manejo de contingencias (o si se quiere más conductista), lo que se pretende normalmente es que la conducta sea la “propia de un equipo”. Y para ello no es necesario justificar la necesidad de “construir conscientemente” este tipo de organización. Así lo hacen, por ejemplo, los grandes entrenadores de equipos deportivos. Su gente es un equipo por que funciona con arreglo a los estandars de un equipo; no por el hecho de que se consideren a sí mismos un equipo. De hecho, ni que decir tiene que son muchos los grupos que “se consideran conscientemente un equipo” aunque su actuación queda muy lejos de ser la propia de un equipo.

Pero claro, resulta mucho más encantador el lenguaje turbio de las “creaciones conscientes” y otras figuras retóricas que permiten un halo de ambigüedad y; ¿por qué no?, de mística. Muy adecuado, si lo que vendemos es precisamente “el encanto” de los conceptos, de la misma manera como lo hace un spot televisivo de colonia.

De todos modos, personalmente, no tendría ningún inconveniente en que se hicieran las cosas de este modo, si no fuera por el pequeño detalle de que lo que se está vendiendo, o es psicología pura y dura bajo otro nombre, o es “algo” que pretende relevar a la psicología de parte de su rol social y de su lugar en el mercado laboral. Y lo que es más grave, pretende hacerlo sin el más mínimo indicio de rigor ni consideración hacia la posición del conocimiento científicamente validado.

Como es lógico, para hacer algo así, conviene desmarcarse de la imagen de la psicología; y muy especialmente de la cuotas éticas a las que está sujeta la ciencia. Para hacer algo así hay que ser “coach” o “asesor filosófico” o cualquier otra cosa que nos permita practicar la psicología aplicada prescindiendo de las ataduras deontológicas y, si fuera necesario, sin estar titulado en psicología.

Por lo tanto, y a tenor de todo ello, parece claro que la tendencia a “inventar psicologías” persiste hoy en día; pero quizás ya no movida como antaño por la voluntad de conocimiento, si no por la necesidad de crear tecnología que se pueda colocar en el mercado.

Ningún modelo explicativo de la realidad surgirá jamás del “coaching”, de la misma forma que no surgirá de la psicología del deporte, por la sencilla razón que, los paradigmas fundamentales de la psicología, las variables que afectan a los seres vivos en ese nivel de la conducta, son los mismos, con independencia de donde esos seres vivos desarrollen su historia de relación con el entorno. Es por ello que afirmamos que la psicología es una ciencia básica, los principios de la cual son aplicables a la educación de niños discapacitados, a la organización de módulos de aprendizaje, al alivio de los trastornos emocionales, a la facilitación del rendimiento de personas u organizaciones y a un largo etc…

En definitiva, para ejercer de “coach” es necesario conocer y entender los paradigmas y modelos teóricos básicos de la psicología. Esto es lo que permitirá al profesional llevar a cabo una práctica suficientemente ecléctica y adaptada al ámbito de aplicación, en el lenguaje  y los procedimientos, a favor de la eficacia de su intervención.

Este conocimiento se adquiere, probablemente no de manera suficiente, pero inexcusablemente mediante la obtención del grado de licenciatura en psicología. De otra manera el “coaching” queda reducido a un producto de impacto, un poco esnob, consistente en hacer de psicólogo sin serlo. Tengo entendido que a esto se le denomina intrusismo.

Sin duda alguna mis argumentos parecerán corporativistas, lo cual puede ser debido con toda probabilidad a que son corporativistas. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando estamos hablando de personas que intervienen con la pretensión de ayudar a resolver problemas (mayoritariamente de rendimiento personal, laboral y empresarial), bajo premisas como las siguientes?. Por ejemplo: “Aprender consiste en una reformulación de que es lo que hay que aprender para recuperar la alegría, gratitud y paz.[1]

Quizás estaríamos de acuerdo en el hecho que, tan aprendizaje es el que está referido a la adquisición de recursos, como el que está referido a cambios en la perspectiva cognitiva con que evaluamos las situaciones. Ahora bien, tomar el concepto “aprendizaje”, el cual resume la esencia misma de la psicología como nivel funcional cualitativamente diferenciado de la conducta física o fisiológica (la psicología es apremdizaje); y reducirlo a una “reformulación” (concepto difuso sin potencia explicativa alguna), para lograr estados finalistas consistentes en “alegría, gratitud y paz”… Esto se puede calificar de doctrina en el peor de los casos, o de buenos deseos en el mejor, pero en ningún caso de aplicación del conocimiento científico.

Por cierto, retomando brevemente los aspectos corporativos; la formación de un “coach” tiene que estar certificada por algún tipo de academia de “coaching”, la cual tendría que ser preferentemente americana, por aquello que decíamos del “encanto” del producto. Veamos la formación que los “coaches” afirman que deben tener y como definen su rol profesional: ¿Cómo aprenden los “coach”?. Leyendo libros de otras disciplinas como filosofía, espiritualidad, cosmología, ciencia, negocios, literatura de diferentes culturas para evitar la trampa de leer sólo sobre coaching. El coach se constituye en un observador continuamente deslumbrado ante el misterio y la magia que el universo y la vida revelan[2]. ¡Sobran comentarios!.

Hagamos ahora un ejercicio de imaginación y pensemos en lo que representaría la aparición en el mercado laboral del “biocoach”. Una nueva figura destinada a asesorar a individuos, empresas o familias sobre como afrontar las decisiones relativas a la salud. El “biocoach” pertinentemente formado por la correspondiente “academia americana de biocoaching” y con su diploma bajo el brazo, se permitirá atender a sus clientes asesorándolos para que, por supuesto, tomen sus propias decisiones en materia de salud. Por ejemplo: ¿Con que especialista médico debería tratar mi problema, con el endocrino, el experto en nutrición o el psiquiatra?; ¿me sale realmente a cuenta operarme de mi dolencia?; ¿debo vacunarme de la gripe este año?; ¿qué previsiones anuncian los datos epidemiológicos para este otoño?...

Quizás este ejemplo pueda parecer ridículo, pero seguramente al Colegio Oficial de Médicos, encargado de velar por los intereses de la profesión le parecerá algo más que ridículo. Bien, pues esto es el coaching a la psicología.

 

TOMARSE LA VIDA “CON FILOSOFIA”

En mitad de este remolino del “todo vale” llegan al mercado unos nuevos mercaderes. Tratantes expertos de almas confusas. Son los “filósofos prácticos”.

La filosofía práctica se nos presenta como una nueva profesión destinada a dar cobertura al abanico de sofisticadas necesidades del “estado del bien estar”. Los filósofos, o mejor dicho, algunos filósofos, puestos a hacer de asesores de empresas y personas, o bajo cualquier formato lo bastante atractivo para integrarse como productos de una sociedad abocada al consumo de una especie de “sanidad light”.

Los pensadores reclaman su derecho a integrarse en el mundo, aunque quizás sería más propio decir al mercado, ya que los pensadores de gran nivel siempre han estado integrados al mundo.

La intención de la “filosofía práctica” es proporcionar servicios de asesoramiento a todo aquel que precise algún tipo de orientación. Claro que como su formación no los guía por el desarrollo de herramientas aplicadas tendrán que utilizar “tecnologías inusitadas”, como por ejemplo el diálogo socrático (una vez más); y como ellos afirman también el platónico. Lo cual por cierto es lo que hace casi cualquier psicoterapeuta o educador que necesite vencer una predisposición poco dada al cambio, por parte del cliente o paciente.[3]

Así se inaugura una nueva moda, la de la “filosofía aplicada”. Una idea que pretende actuar en la línea de los “gurus” tradicionales que siempre han existido, pero desde el prestigio que les confiere la titulación universitaria como filósofos; y por supuesto sin los riesgos que comporta hablar desde fundamentos científicos, pretendidamente naturales de un nivel de la conducta.

Hablando claro, se trata de irrumpir en el mercado de los aconsejadores sin ninguna sujeción a fundamentos científicos ni  normas deontológicas. Es decir, máxima libertad, mínimo riesgo y nula responsabilidad.

A los filósofos prácticos no les hacen falta los modelos explicativos de la realidad. Para empezar, ya prescinden de Aristóteles, un tipo tal vez demasiado ligado al mundo de los sentidos, demasiado… podríamos decir “naturalista”. Ellos ya tienen bastante con los puntos de vista del “… a mi me parece que…”. Una fuente inagotable de conocimiento, siempre que se pueda referenciar con nombres de pensadores ilustres. Como dice tal o como dice cual…

El mismo concepto de “filosofía aplicada” supone la existencia de una disciplina tan demencialmente contradictoria como lo sería el “pensamiento de la planchistería del automóvil”. Profesión muy respetable, pero que se limita a la aplicación de procedimientos para intervenir resolviendo problemas de cierta inmediatez.

Esto es esencialmente lo que hacen las disciplinas tecnológicas, resolver problemas mediante la utilización del conocimiento generado por la ciencia. No se trata de una tarea fácil; pero esta es la misión de los planchistas de automoción.

No es su misión, en cambio, generar conocimientos científicamente válidos; y por lo tanto no están sujetos a una ética de “búsqueda de la verdad”[4]. Son la física y la química las que buscan los principios básicos para sintetizar nuevos materiales. Y la ingeniería química probablemente hallará procesos de tratamiento del metal susceptibles de ser explotados industrialmente. Pero el planchista dedicado a la automoción “sólo” repara vehículos, a los cuales restablece sus volúmenes y colores originales después de un accidente. ¿Es que quizás no tiene suficiente relevancia social el trabajo del planchista?. ¡Preguntátselo a sus clientes!.

Ahora bien, en el caso de la “filosofía aplicada” nos encontramos con una especie de químicos que hallan en falta el reconocimiento social y probablemente la remuneración económica, que los propietarios de vehículos accidentados dedican a sus “planchistas de cabecera”.

Por ello esos pensadores han decidido que las salidas profesionales de la licenciatura en filosofía y letras quizás son demasiado reducidas o tal vez oscuras, en especial a la vista de las “oportunidades” que presenta nuestra sociedad.

El ego profesional y quizás personal pide un rol de mayor presencia social. Y en una sociedad tecnocrática y de especialistas ser filósofo no parece tener ya la relevancia ni el prestigio de antaño. La filosofía, la reflexión sobre el propio pensamiento, está demasiado alejado de los centros de decisión ejecutiva en empresas e instituciones.

Quizás es por eso que algunos filósofos han decidido tirar la toalla en la tarea de aportar perspectivas y matices en la gestación del propio pensamiento. Podríamos decir que han decidido pasar de intervenir en esta gestación, a intentar influir en la gestión cotidiana del pensamiento.

Constato por lo tanto que al “filósofo aplicado” le es necesario un reconocimiento social que recompense la gran dedicación que su formación le ha exigido; y que ponga de manifiesto aquello que considera su campo de conocimiento. Es decir, ¡todo!.

 Tal como yo lo veo, los filósofos simplemente quieren entrar en el reparto del pastel del mercado de servicios. Podrían haber optado por reparar pequeños electrodomésticos, pasear perros de amos demasiado ocupados o alquilar bicicletas. Pero ninguna de estas actividades parecen bien adaptadas a sus capacidades; y  además son actividades, que al contrario de la dedicación profesional a la psicología, parecen circunscritas en manos de profesionales bien gremializados. La psicología en cambio, eso es otra cosa.

De esta manera pues han pensado que podrían enseñar a pensar a la gente. Y por supuesto, ¿para que limitarse a hacerlo en las aulas o mediante la publicación de textos de filosofía en general?. ¿Por qué no hacerlo de manera individualizada?. Y ¿por qué, en lugar de hacer declaraciones sobre principios, sobre ética o epistemología, no hacer extracción de estos principios de manera adaptada a las dudas e inquietudes que plantea el alumno?. Al fin y al cabo si paga bien, quizás no hay mucha diferencia entre el asesoramiento y las clases particulares.

Y así empiezan a llegar a la idea extravagante de que un “filósofo tenga clientes”. Quizás no lo han pensado suficientemente bien. Quizás deberían considerar que el ejercicio de disciplinas aplicadas, de intervención directa comprenden ciertos riesgos, como les podría explicar Sócrates con su ejemplar vida y muerte. Por cierto, dudo muchísimo que Sócrates, el más aplicado de los filósofos, se hubiera considerado a sí mismo como un comerciante que vendía los productos de su pensamiento crítico. Y también dudo, que si hubiera tenido en cuenta algunas consideraciones éticas sobre su “práctica terapéutica”, hubiera terminado ante una especie de “tribunal profesional de la competencia”, por atribuirse el papel de educador allí donde no lo reclamaban.

Este nuevo enjambre de “pensadores aplicados” se acogen a una interpetación demagógica de la frase de Kant en sus lecciones de ética: “La tarea del intelectual sólo es honrosa cuando comunica sus conocimientos a los otros…[5]

Sostienen que de la misma manera que los conocimientos de un médico no sirven para nada, si el médico no cura; el conocimiento del filósofo no sirve para nada si éste no cura. Y de la misma manera que el médico cura el cuerpo, los filósofos no tienen mejor ocurrencia que “curar la mente”. Para este fin, no se han molestado a preguntar donde estaba la cola de profesionales o pretendidos profesionales que ya se habían auto-otorgado con anterioridad el rol de sanar el alma, empezando por los sacerdotes de los templos de la antigüedad.

Además, dada su claridad de ideas acerca de cual es el territorio de su intervención, esto es: el alma; no hay duda que debe de tratarse de filósofos de orientación racionalista cartesiana. De tal manera que a los empiristas, o a los monistas o a los marxistas, por poner algunos ejemplos, supongo que les estará vedada esta nueva área de trabajo; o quizás debería decir de “negocio”.

Paralelamente y sin percibir la contradicción, estos “filósofos prácticos” pretenden que, en caso de detectar cualquier psicopatología en sus clientes, los derivarán rápidamente a los profesionales adecuados. Este último argumento destinado a apaciguar los ánimos de la clase médica, demasiado poderosa como para enfrentarse a ella, es muy divertido.

En primer lugar, malos filósofos deben ser si no pueden resolver el dilema lógico derivado de la contradicción de pretender curar una alma que, tan pronto como se reconoce enferma, tienen que derivar a otro para que la cure. Por otro lado, esta es la manera de asegurarse un público diana probable consumidor de sus servicios, el de las almas no enfermas, o al menos no diagnosticables como enfermas bajo criterios psiquiátricos.

Ni que decir tiene que, el desconocimiento que los “filósofos aplicados” tienen de la psicología en tanto que ciencia, no sólo es sorprendente, sino que además es querido. De todos sus razonamientos se desprende que en su visión, la psicología sólo es una disciplina tecnológica paramédica. ¡Uno de los “oficios de la salud” que ellos, por supuesto no osarían jamás poner en entredicho!. Si su cliente “asesorado” mostrase signos inconfundiblemente patológicos, entonces lo derivarían a los profesionales adecuados (no especificados). ¿De esta manera esperan eludir las demandas por intrusismo tanto de psicólogos como de psiquiatras?.

Más aún, a su ignorancia sobre la dimensión de la psicología en tanto que ciencia, añaden su desconocimiento sobre la psicopatología. Grave inconveniente me temo, ya que no veo con que criterios pueden contar los filósofos para distinguir entre salud y enfermedad; o entre enfermedad y trastorno. Por ello, cabe sospechar que también atesoran un grave desconocimiento del rol médico de las neurociencias.

¿Puede un filósofo atribuir o descartar patología en base a sus conocimientos de la conducta humana?. Y no me refiero sólo a la identificación descriptiva de la sintomatología cognitiva, emocional o conductual relevante que pueda presentar el cliente. Al fin y al cabo cualquiera puede apreciar si alguien está muy nervioso, o demasiado triste sin que aparentemente le pase nada; o bien si dice cosas incoherentes. A lo que me refiero es a la comprensión de las relaciones funcionales entre variables, que confluyen en todas sus manifestaciones: en el curso del pensamiento, en sus hábitos, en su estado de ánimo y también en la presencia de síntomas somáticos concomitantes.

Ninguna escuela filosófica propone una teoría suficientemente válida de la conducta a nivel psicológico. Es lógico, por la sencilla razón que no es este el cometido de la filosofía. La psicología ha tardado décadas en presentar modelos teóricos aceptables como conocimiento científico, en la medida que se basan en experiencias controladas y replicables poniendo en juego variables mesurables y definidas operativamente.

Antes que esto sucediera, la psicología seguía siendo una parte de la filosofía; y las titulaciones y planes de estudio daban testimonio de ello. Pero la fenomenología y la introspección, el “… a mi me parece que…” , dejaron de ser herramientas válidas para acceder a “adivinar” el funcionamiento del “fantasma mental” que habita la “máquina orgánica”, el cuerpo.

Sin embargo, en la historia del conocimiento, como en la historia misma, el péndulo parece volver hacia atrás. Al conductismo riguroso, que no podía dar respuesta a todos los paradigmas de conducta, le siguieron las aproximaciones cognitivas. Un puñado de modelos parciales empezaron a “iluminar” los “procesos cognitivos”[6], los cuales pronto pasaron a constituir una nueva forma de mentalismo.

Así parece como si el mentalismo decimonónico hubiera vuelto a la carga con las propuestas de los filósofos. ¡Precisamente los filósofos cuyas aproximaciones teóricas están basadas en la conducta emergente desde entes intagibles y sobrenaturales!. Formas de acceder al conocimiento mitológicas, descendentes en general de la tradición desde Platón hasta Freud.

En conclusión , los filósofos no necesitan de ninguna teoría de la conducta para intervenir. Ellos niegan ser terapeutas en base al débil argumento que, sólo facilitan que el cliente halle las soluciones por sí mismo. Como si el principio de actuación de los psicólogos sólo consistiera en el simple: “… jo te digo lo que tienes que hacer y tu lo haces…”.

Como si fueran los procedimientos aquello que otorga a una intervención categoría de terapia o categoría de simple asesoramiento. ¡Pues no!. Lo que define la categoría de la intervención es aquello que conocemos, como los objetivos de la misma.

Al final los “filósofos prácticos” sólo pretenden que la gente vaya a hablar con ellos; ¡cosa que por supuesto no les hará daño alguno!. Quizás sus comentarios y sus puntos de vista puedan llegar a ser de ayuda. ¿Quien sabe?.

Los psicólogos que trabajan en el campo aplicado, al igual que los médicos y los abogados, no siempre consiguen los objetivos, pero en la ética profesional de su servicio queda incluida la responsabilidad, no sólo de intentar conseguir los objetivos, si no incluso de intentar definirlos correctamente con el cliente. En cambio para “coachs”, “filósofos prácticos”, “epistemólogos aplicados”, “asesores personales” y “gurus espirituales” en general el compromiso se reduce a escuchar, opinar y por supuesto cobrar la sesión.

 

 

 

 

 

 


[1] Naughton, C. (2003).  Coaching es desaprender y reaprender. Full informatiu del C.O.P.C. Desembre, pp:8-9

[2] Naughton, C. (2003).  Coaching es desaprender y reaprender. Full informatiu del C.O.P.C. Desembre, pp:8-9

[3] Las personas frecuentemente no se hallan dispuestas a afrontar un cambio en su conducta, a pesar de reconocer los inconvenientes de mantener esa conducta. Esto comporta una serie de maniobras de resistencia ante las propuestas de los terapeutas y educadores, los cuales necesitan recursos para la sugestión de los clientes – pacientes. Esto recursos, por supuesto no se limitan un estílo de diálogo socrático. Se recomienda consultar:

  • Prochaska, J.O. y Marcus, B.H. (1994). The transtheoretical model: Applications to exercise. En Rod K. Dishman (Ed.) Advances in exercise adherence. Champaing, Illinois: Human Kinetics.
  • Nardone, G. y  Salvini, A. (2006) El diálogo estratégico. Barcelona: RBA Integral.

[4] Lejos de acudir a las obras de los grandes nombres de la metodología de la ciencia como Bertrand Rusell o Claude Bernard, se aconseja ilustrar brevemente lo que representa este concepto consultando la editorial que el Dr. Josep Roca presenta en el nº76 (2004) de la revista dedicada a la educación física, “Apunts”. Editada por el Instituto Nacional de Educación Física de Barcelona.

[5] Kant, I. (2002). Lecciones de ética. Barcelona: Editorial Crítica

[6] Se recomienda especialmente diirigirse a: Roca, J. (2001). Sobre el concepto “proceso” cognitivo. Acta Comportamentalia 9, pp.21-30